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Los libros tienen el poder de hacerte sentir mucho. Pero no todos logran hacerlo.
Hacía mucho que no lo sentía así. Leí ‘Noches Blancas’ de Dostoyevski por recomendación de mi terapeuta. “Es un libro muy bonito” prometió.
Yo había leído ‘Crimen y Castigo’ hace apenas unos días y no logré terminarlo. Lo odié. Odié la historia y la narrativa lenta. Así que le di una segunda oportunidad al buen Fiódor (gran nombre, por cierto), considerando que era una historia corta.
Primeras páginas y lo odié inmediatamente. Mientras el narrador contaba su historia de una manera poética. ¿Qué adolescente habla de esa manera tan poética?
Persistí, seguí avanzando, pensando que era una historia corta. Si no me gustaba, pues ya está, no invertiría tanto tiempo en ella. No me gustan las historias de amor. Me da una vibra de telenovela mexicana de principios de los 2000. Y este libro era algo así: un romance adolescente, donde el narrador lo describía todo de manera poética. Un amor romántico, como en los viejos tiempos, supongo.
Mientras leía la historia me conecté a mi adolescencia, con esas mujeres por las cuales babeaba y daría el mundo por ellas. Por aquellas que entregaría mi cuerpo y mi alma. Por aquellas que haría una obra de arte de la nada. Así leía al narrador, un poeta romántico empedernido; un Christopher cualquiera.
No fue sorpresa que el narrador se encontrara con un rechazo del amor, porque yo también lo viví muchas veces; con la diferencia de que el narrador siguió viendo el lado romántico; en cambio, yo me convertí en alguien que odia las historias románticas, porque todo eso es solo fantasía.
Me recordó a una plática que tuve con mi esposa hace unos meses. Ambos llenos de nostalgia al ver a una pareja de amigos comprometiéndose en matrimonio. Ambos coincidiendo que eso no lo volveríamos a vivir nunca más. No experimentaríamos el proceso de ligar con desconocidos en un lugar aleatorio, el proceso de mandar fotos subidas de tono con tu quedante en turno, el proceso de mandar a la mierda a la mínima red flag. Tampoco experimentaríamos el compromiso, la organización de una boda o la luna de miel. Ambos fuimos lastimados en nuestras relaciones y convertimos el concepto de amor en algo muy distante de una novela clásica de Dostoyevski.
No es queja. Maduramos gracias a esas situaciones, y ahora tenemos una relación fuerte y romántica. Solo no en el modo poético, porque eso es solo fantasía.
Cuando menos me di cuenta, había terminado el libro. Lo odié. Pero lo odié porque me hizo despertar todas esas emociones que estaban guardadas en mi interior.
Odié lo que me hizo sentir. Y eso lo convierte en un gran libro.
Ahora dime en los comentarios: ¿Cómo ha cambiado tu idea sobre el amor con el pasar de los años?
Diré algo que puede sonar «políticamente incorrecto» (especialmente en este tiempo de sensibilidad extrema) y, definitivamente, impopular...
Tengo la impresión de que a la palabra Amor le ocurre lo que a otras (como la palabra Socialismo): Ha sido usada por tantos y de manera tan irresponsable, en tantas situaciones grotescas, aplicándola cada uno a su particular entendimiento de su caso, que ha llegado a tener muy mala imagen.
Quizá sea tiempo de revisar juiciosamente su significado y usarla solamente cuando sea apropiada, para dejar de confundirla con otras cuya crudeza nos intimida y por eso no nos atrevemos a decirlas.
Pues yo ya no creo en ningún amor. El romántico por descontado ya he podido degustar que es pura fantasía. El amor maduro... Pues de momento, tampoco. Yo no lo buscaré, si quiere que me encuentre.