Esta es una emisión especial del Newsletter para continuar con la idea original de
de la serie “Cartas para un mundo mejor”. Si no estás enterado de que va esta iniciativa, te explico brevemente:“Cartas para un mundo mejor” es una colección de textos de varios autores de la comunidad en español de Substack que tienen la intención de dar respuesta a una pregunta en específico:
¿Qué cambio personal has hecho que crees que podría beneficiar al mundo si todos lo adoptaran?
Si quieres ver la emisión pasada (y las futuras) puedes encontrar la recopilación aquí y se actualizará a medida que los demás autores vayan publicando.
Así que vamos a ello.
Nunca me gustó estar en un colegio Lasallista, pero debo admitir que una de las cosas que hacían bien era reforzar los valores en cualquier oportunidad que tenían.
Yo nunca fui un buen practicante del catolicismo, hasta la fecha no lo soy. Sin embargo, tantos años en clases de catecismo algo se me habrá quedado. Lejos de las creencias o de los ritos, las enseñanzas estaban basadas en amar al prójimo.
—¿Quién es el prójimo?—pregunté con apenas 10 años.
—Somos todos nosotros: tu vecino, tus compañeros, tus padres, tus maestros.
En aquel entonces era complicado entender el concepto, pero a medida que íbamos estudiando la biblia, hacíamos pausas para reflexionar en cómo el prójimo se veía afectado o beneficiado en el pasaje que estábamos leyendo.
“Amarás al prójimo como a ti mismo” repetían incansablemente.
Años después entré a una universidad laica. En la clase de ética, la maestra nos empezó a hablar de las mismas enseñanzas que discutíamos en el catecismo, con la diferencia de que no tenían tinte religioso. Hablaba de la moralidad, la ética, el imperativo categórico de Kant, y eventualmente llegando a la famosa regla de oro:
“Trata a los demás como te gustaría que te tratarán a ti”
Era un paralelismo evidente entre todos estos pensamientos. Me alejé del catolicismo, pero no de sus valores y enseñanzas.
El estudio de la ética cambió por completo la manera en la que veía el mundo. Me di cuenta de que no era yo con el mundo, sino yo en el mundo. Mis acciones tienen un impacto en los demás.
Desgraciadamente, no todas las personas tuvieron acceso a este tipo de educación. Las circunstancias de la vida les ha orillado a convertirse en personas ruines, codiciosas, que solo ven por sus propios intereses; sin importar a quién se llevan en medio. Es imposible hacerles entender ideas básicas como la regla de oro.
¿Qué cambio personal has hecho que crees que podría beneficiar al mundo si todos lo adoptaran?
Cuando me hicieron esta pregunta pensé en primera instancia hablar sobre la regla de oro. Algo que intento implementar en cada momento que tengo la oportunidad. Sin embargo, soy consciente de que no todas las personas están dispuestas a implementarlas. ¿Cómo explicarles que la regla de oro sí hace una diferencia en el mundo?
La respuesta es: poniendo el ejemplo.
Ese el cambio consciente, más grande que he hecho que cualquiera puede implementar y que estoy confiado de que haría un cambio significativo en el mundo.
Si un amigo te falla, pon el ejemplo de cómo ser un amigo.
Si tu pareja te lastima, pon el ejemplo de cómo se ama.
Si tu jefe te menosprecia, pon el ejemplo de cómo liderar un equipo.
Si te insultan en el tráfico, pon el ejemplo de cómo ser un buen conductor.
Si tiran basura en la calle, pon el ejemplo de cómo reciclar la basura.
Todo se resume a poner el ejemplo de cómo se es un buen ciudadano, una buena pareja, un buen amigo, un buen ser humano.
Vivimos en un mundo tan desconectado, los unos de los otros, que un acto de bondad y humildad pueden hacer la diferencia. Quizá no cambies el mundo entero, pero tus acciones pueden cambiar el mundo de esa persona. Y sabrás que habrá valido la pena.
Gracias por haber leído esta segunda carta de la serie “Cartas para un Mundo Mejor”; una iniciativa de
.La tercera carta viene de las manos de
, una escritora con ideas muy frescas, que estoy seguro nos dará una perspectiva diferente para contribuir a un mundo mejor.Me gustaría saber tu opinión sobre mi propuesta. Deja un comentario y sigamos con la conversación.
Nos leemos luego.
Es tan simple y está tan alcance! la verdad, hacer las cosas bien.
Me encantó lo de dar ejemplo y es que es lo más coherente!
Yo también crecí en un colegio religioso, aunque no soy practicante religiosa, pero sí practico lo que nos compartes aquí. Soy madre, y mi hija no asisten a clases de religión, pero sí a clases de valores, que también refuerzo en casa.
Vivimos en un mundo donde la felicidad parece a veces esquiva, pero en realidad, está en los pequeños actos de bondad y en la integridad de nuestras acciones cotidianas.
Hacer las cosas bien no es solo un deber moral, sino una fuente de profunda satisfacción personal. Es un andar ligero lo que sentimos al saber que hemos actuado correctamente, la alegría que se refleja en nuestro rostro y en el de quienes nos rodean, son recompensas invaluables. La paz interior que proviene de la coherencia entre nuestros valores y nuestras acciones es insustituible.
Al final del día, del camino, de la vida... ser feliz y hacer las cosas bien es una elección simple que todos podemos hacer, y esa elección define la calidad de nuestra vida y la de los demás. Indudablemente lo mejor para un Mundo mejor.
Estuve en un colegio católico durante mi niñez hasta la adolescencia, siempre tuve muchas dudas acerca de la religión, conceptos difíciles de comprender y prácticas que había que cumplir, con el tiempo algunas se fueron aclarando, otras que permanecieron ahora en la adultez desde otra perspectiva puedo integrarlas, así cómo lo describes, comparto que más allá del enfoque religioso se brinda una base de principios y valores que nos hacen vivir y actuar de una mejor manera.
Actuar desde el ejemplo, me hizo recordar a uno de mis maestros de ética que nos decía “actuar desde la ética es vivir tranquilo en el futuro, cuando mires atrás y te des cuenta que hiciste lo mejor posible”. Gracias por tú compartir.