En la mesa estaban mis tíos. Me empezaron a cuestionar, primero amablemente, sobre mi trabajo y lo que estaba haciendo. En ese entonces estaba en un trabajo de esos que crees que es “por mientras” pero terminas atrapado 2 años en el mismo puesto, sintiéndote miserable y deseando una vida diferente. Pero claro, eso no fue lo que le respondí.
Le dije lo que estaba haciendo, intentando que al decirlo sonara interesante, pero no lo logré. Su cara de desaprobación era evidente. Hizo una mueca con los labios mientras asentía. Es curioso como las personas te pueden lastimar sin siquiera decir una sola palabra.
Después me comenzó a sermonear sobre cómo estaba desperdiciando mi vida, mi juventud y que además no estaba siendo exitoso. Quizá en ese momento no había pensado que era un fracasado, pero efectivamente así es como me sentía. Siguió diciéndome que no me conocía una novia. Hizo una pausa y después sugirió que quizá yo era gay. No me dio oportunidad de réplica. Solo soltó el comentario como si fuera una opinión sobre el clima.
Ahí no terminó, siguió diciéndome la importancia de tener una casa, de tener una familia, de tener un carro nuevo y al mismo tiempo ser exitoso. Claro que sus comentarios me cayeron como un balde de agua fría, porque en ese momento estaba muy vulnerable. Así me sentía y mi familia lo podía ver.
Toda mi vida he sido una persona muy obediente. Lo que mis padres me decían, yo lo creía sin cuestionamientos y lo hacía. Después, cuando mis padres ya no estaban en este mundo, mis tíos intentaron tomar ese rol de guía, pero sus consejos me hacían más daño de lo que podían aportar.
Sin embargo, yo creí sin cuestionamientos e intenté buscar cada una de esas cosas que se supone que un hombre debe lograr en su vida. En el proceso había algo que no se sentía bien.
Sentía que estaba viviendo una vida ajena. Logrando objetivos que no eran míos y eventualmente me encontré autosaboteándome porque realmente no era algo que yo quería lograr. Mi inconsciente me estaba defendiendo de vivir una vida que no quería.
La mayor parte del tiempo estaba fantaseando con dejarlo todo e irme a vivir a una isla remota en Tailandia, pero muy en el fondo sabía que eso tampoco me daría la solución a esa sensación. Eso solo indicaba que tenía que hacer un cambio en mi vida.
Fue durante una de mis clases de coaching que descubrí que no tenía que vivir bajo los estándares sociales preestablecidos. Uno de los ejercicios de la clase nos invitaba a cuestionar nuestras creencias más elementales. Fue en ese momento en que pude hacer consciente que estaba viviendo la vida de mis tíos, no la mía.
Comencé cuestionándome la religión, pues crecí en un hogar católico, pero nunca me resonaron esas ideas. Eso me permitió conocer un poco otras religiones y eventualmente acercarme a los budistas. Fue la mera curiosidad lo que me llevó a permitirme explorar algo que era completamente extraño para mí.
Al principio lo mantuve en secreto por temor a lo que mi familia pudiera opinar de eso. La idea de rechazar el catolicismo conscientemente era prácticamente una ofensa para la familia. Poco saben mis tíos que el origen de nuestra familia viene de los judíos exiliados de la península ibérica; es casi gracioso saber como condenan la religión cuando nuestros antepasados practicaban una diferente.
Años después descubrí que el budismo no era para mí y dejé de asistir al templo. Sin embargo, ya había logrado salir de mi burbuja. Vi un mundo allá afuera que antes no pasaba por mi cabeza que existiera.
Al poco tiempo emprendí mi viaje y me fui de mi ciudad buscando una vida diferente. Estuve en ciudades bonitas y horribles. Haciendo trabajos que eran divertidos durante un tiempo hasta que ya no lo eran. En el proceso aprendí a nadar, comencé a escribir con más frecuencia y devoraba libros como hacía mucho tiempo no lo hacía.
Me di cuenta de que podía hacer lo que quisiera con mi vida.
Todo fue resultado de mi propia curiosidad. Esas ideas que están en tu cabeza dando vueltas una y otra vez pensando en una vida alternativa.
La curiosidad te señala el camino que debes seguir. Es una señal sutil, pero cuando prestas atención a la curiosidad, no sabes a dónde te llevará.
Por ejemplo, en algún momento me dio curiosidad la escritura. Pasé de escribir en foros de manera anónima, a publicar un libro y hasta el día de hoy he escrito cuentos, obras de teatro y ahora con mi Newsletter. Todo porque un día me dio curiosidad comenzar a escribir.
Así que si tienes esa sensación de estar viviendo una vida que no quieres para ti, quizá debas permitirte explorar esa idea que está en tu cabeza. No sabes hasta donde te puede llevar.
Estoy convencido de que a todos nos han dicho lo que deberíamos hacer con nuestra vida. Si no son nuestros familiares o amigos, así lo han hecho los medios de comunicación, y peor aún las redes sociales.
No es sorpresa que las nuevas generaciones sueñan con convertirse en influencers. Esa combinación de fama y dinero desmedido al alcance de un celular. Las vidas ficticias que vemos en internet pensamos que son reales, pero es una mera construcción para aparentar.
La vida se convierte en una especie de “checklist” en la que vas tachando aquellas cosas que vas logrando.
La realidad es que no existe una manera estándar de vivir. Aquellos que se salen del molde social son tachados de irreverentes, locos e ingenuos. Pero no hay mayor locura que pensar que la vida humana se puede resumir a una lista de logros; como si el éxito se pudiera definir con santo y seña.
Ya lo decía Heidegger: “Somos seres para la muerte” porque lo único que tenemos asegurado en esta vida es la muerte. De esa sí que no te puedes escapar.
Así que no importa cuánto te esfuerces por cumplir con los objetivos que te ha impuesto la sociedad. Nunca vamos a estar satisfechos. Siempre vamos a querer más o dar un giro radical, tirar todo por la borda y comenzar de nuevo.
El ser humano se define por las decisiones que tomamos y en ese proceso nos vamos construyendo. Estamos en una constante transformación y solamente cuando morimos es que termina el proceso.
Hoy me presento a ti en esta versión. Mañana no sé. Pero el día que me muera, habrá alguien que podrá describir perfectamente quién fue Christopher.
Te invito a explorar esa curiosidad y continuar tu proceso de transformación. Me cuentas en unos años a donde te llevó esa curiosidad.
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Si, pocos objetivos.
He leído esto y me ha venido a la mente la frase de "escucha para entender, no para contestar". Esa curiosidad es una belleza que olvidamos pronto porque el ego nos inunda con una sensación de placer cuando queremos mostrar nuestra inteligencia. Una curiosidad sin juicio. Una mirada de aprendizaje. Un camino de bendición.