
La Unción de los Enfermos es un sacramento que reciben aquellos cristianos que están enfrentando una muerte próxima. Realmente todos podríamos morir de un momento a otro, pero los enfermos tienen un poco más de certeza de que ese día está muy cerca.
Así que este sacramento se ofrece para que sus pecados puedan ser perdonados, y a la vez obtener paz y fortaleza ante el inminente fin del tiempo.
Mi papá estaba en cama. Afortunadamente, no sufría, salvo la crisis mental ante la realidad que estaba viviendo. Nos dijeron que tenía 3 meses de vida. Al final fue solo 1 mes. Esa última semana pude notar como se debilitaba, y yo fui consciente de que el tiempo se había acabado.
Le llamamos a un sacerdote. Una familia que no era tan creyente recurrió a un sacerdote por el miedo al más allá, pero con el deseo de que mi papá tuviera toda la ayuda y paz posible antes de partir de este horroroso lugar.
El sacerdote nos cobró. No recuerdo cuánto, pero ya te digo que no fue barato. Pensé en cómo el capitalismo había llegado al cielo. Pensé como Dios le ponía precio a su perdón. Pensé cómo mi papá estaba dispuesto a aceptar cualquier ayuda que estuviera ahí, siendo la espiritual la última esperanza para el inminente final.
Entró a mi casa vistiendo su icónica sotana de color verde. Yo estaba sentado en las escaleras, observando la oscuridad del cuarto donde reposaba un moribundo. Lo miré a los ojos, no pudo mantener mi mirada. Inmediatamente, levantó su mano para saludarme, pero por alguna razón, quizá un instinto que no puedo explicar, tomé su mano y la acerqué a mi boca. Le besé la mano.
No sé si era el respeto que le tenía a su figura, instruida por mi madre cuando apenas era un niño. O por qué me dio miedo de lo que iba a pasar en ese cuarto cuando él entrara. Le besé la mano y sentí como si besara al mismo Dios ahí presente.
Entró al cuarto con mi papá y la puerta se cerró detrás de ellos. Pensé en lo que pensaría de la cama, en la que lo teníamos. Pensé en el olor que despedía ese cuarto; no sabes cómo es el olor a muerte hasta que se encuentra rondando. Pensé si realmente su alma se iría al cielo. Pensé si el cielo realmente existe.
No soy creyente, pero en ese momento podía creer en cualquier cosa que me diera paz y tranquilidad. Cualquier cosa que me prometiera que mi papá estaría en un lugar mejor. Era capaz incluso de arrodillarme y besar los pies del sacerdote con tal de que me prometiera que Dios no era un ser maligno que simplemente decide llevarse a las personas que más quieres.
Salió del cuarto con una cara inexpresiva. Pensé que aquel padre sería buen jugador de póker. Lo vi guardando una botella con agua bendita, su arma letal contra el mal. Volteó a verme e hizo una mueca en forma de sonrisa falsa, agitando levemente la cabeza hacia enfrente, cómo diciendo: “Está hecho”.
Lo vi recorrer el pasillo hacia la salida y me di cuenta de un aura que despedía en medio de una oscuridad dolorosa. No se despidió. Se subió a su carro y se fue. Cómo un vendedor de Coca-Cola que entrega su pedido y se va al siguiente destino.
Mi papá se fue tranquilo y en paz. No sé si está en un mejor lugar. No creo que eso exista. Pero puedo estar seguro de que fue una transición ligera. Al final no le quedó más remedio que aceptar su irremediable destino.
Años después reflexiono en este doloroso recuerdo y me viene a mi mente la imagen de la cara de este sacerdote con falta de carisma.
Me sigo cuestionando, ¿Por qué le besé la mano? 12 años después me encuentro preguntándome lo mismo y soy incapaz de responder claramente ese impulso que sentí en ese momento.
Me arrepiento de eso. Yo no soy un fiel creyente a pesar de toda la educación que recibí en mi infancia. Quizá era la hipocresía de ofrecerle algo a mi papá en lo que yo no creo. O quizá es negar que muy adentro de mi ser y mi inconsciente, es algo que sí creo y no lo quiero aceptar.
Cualquiera que sea el caso, llegué a la conclusión que estoy dispuesto a flexibilizarme tanto en mis creencias que podría hacer lo que fuera con tal de que mis seres queridos tengan una mejor experiencia en esta vida, especialmente en la transición con la muerte.
Soy consciente del tiempo tan limitado que tenemos en este mundo. Admito que me da miedo, pero por más que reflexiono en la muerte, me recuerdo que es inevitable y que existe una mejor manera de relacionarme con ella. Lejos del miedo y más cerca de la aceptación.
💭¿Te gustó lo que leíste?
Comparte este newsletter con alguien a quien le pueda ser útil.
Déjame un comentario con tus opiniones, preguntas o sugerencias. Siempre los leo.
Y si te gustó mucho, no dudes en darle “me gusta”.
Tu apoyo ayuda a mantener este canal de reflexión.
🤦🏼♀️ Vaya apaño Christopher. Bueno siento lo de tu papá. No debe ser fácil. Los padres son importantes en la vida de los hijos.
Voy a varias cosas que me han sorprendido y que no deberían ocurrir. Primero: no se cobra por un sacramento. Si lo han hecho han cometido un error. El sacerdote no debe cobrar ni por bautizar, dar la comunión, casar,…
Segundo: el único gesto que se hace es besar el anillo del Papa, pero más que un beso es como un signo. (No cuestiono por qué lo hiciste, lo digo a nivel general)
Y tercero. Quizá hay algo que nunca han dejado claro en la Iglesia. Yo que soy creyente te lo digo para que te quedes tranquilo 🤣. Ni el Papa ni los obispos ni los sacerdotes son Dios. Ni ocupan su lugar en la tierra. Dios solo hay uno. Ellos dan testimonio y a través de ellos recibimos el sacramento de la eucaristía. Pero no son Dios.
Por último solo puedo decirte que confíes y creas en que tu padre está en un lugar mejor. Vivo y feliz.
Un abrazo
Si se hubiera tratado de un monje tibetano, ¿cuál habría sido la historia?